jueves, 31 de octubre de 2013

Aspectos Varios sobre la Oración de Jesús

Aspectos varios sobre la oración de Jesús

de  en 12 junio, 2010
5° Carta de Esteban de Emaús
Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Les envío esta quinta carta, iniciando un segundo ciclo sobre aspectos más específicos de la práctica. Son temas que se van presentando a medida que se profundiza en la oración del corazón. En esta intentaré responder algunas preguntas formuladas por  ustedes en el transcurso de nuestra relación epistolar. (*)
  1. 1. ¿Cómo conviene realizar la oración de Jesús, quieto, caminando…?
La oración de Jesús puede realizarse sentado, de pie, caminando, trabajando y hasta conversando; en todo momento y en cualquier condición. Lo relevante es, por una parte, generar el hábito en uno. Por otra, la profundización, es decir: Ir desde la recitación con sentimiento y atención fluctuantes, a una oración compenetrada en el corazón.
El modo de disponerse a efectuarla debe ser el más propicio para el fin anterior. Algunas personas ven favorecida su oración al situarse en quietud corporal. Otras, por el contrario aumentan su fervor al hacerla mientras caminan. Esto depende de los momentos del alma y de la situación de vida que se atraviese.
Cuando se permanece en quietud, el cuerpo hace las veces de muro, contra el cual se estrellan las muchas inquietudes, habitualmente inadvertidas. Acontece en lo cotidiano que los movimientos permanentes descargan gran parte de la tensión interior, ocultando el verdadero tumulto del ánimo.
Por eso, quizás resulte más sencillo empezar rezando mientras se camina o se actúa y al irse pacificando el corazón, ir aumentando el tiempo de quietud corporal.
Pero esto no debe tomarse como regla fija.
  1. 2. ¿Cuál es la frase más conveniente para utilizar?
En cuanto a la frase, es imprescindible en ella la presencia del Santo Nombre de Jesucristo. El resto de la misma puede adecuarse a la necesidad particular de cada uno; si bien se aconseja decidirla y fijarla por largos períodos de tiempo. No es bueno dudar mucho, hay que decidirse y no cambiar demasiado seguido.
Lo que uno dice al repetir la oración, es lo que siente mientras la dice.
Esto va más allá de la frase en sí misma, porque ante las mismas palabras, los sentimientos son diversos. Así, hay quién al decir “Ten piedad de mí”, esta implorando el perdón por un pecado cometido, otro se refiere a la salud, algunos piden la gracia del Espíritu Santo, la pureza del corazón y así siguiendo según el orante.
Suele suceder al irse haciendo esta oración una forma de vida y con el paso del tiempo, que se deja de pedir como acto interior. Simplemente se apela a la presencia que trae el Santo Nombre de Jesucristo. De este modo ocurre, que repetir la frase de la oración se torna recordatorio constante, de la actitud de apertura necesaria, en el propio corazón a la presencia Divina.
  1. 3. ¿Es importante el número de repeticiones en la oración de Jesús?
Una vez un hermano le preguntaba a su Padre espiritual, preocupado por los vaivenes de su práctica, cuál era el mínimo imprescindible de oración para saber que se estaba en el buen camino.
El Padre le respondió: “¿Repites al menos una vez en el día o la noche el nombre de Jesucristo con sentimiento cálido o afectuoso? Si es así, tu camino está muy bien orientado.”
Este Padre explicaba luego, que es necesario liberarse de toda mortificación de cantidad, aunque la cantidad sea necesaria para adquirir con el tiempo la calidad en la oración. No importa que pobre y escasa y fluctuante sea la oración de Jesús en uno mismo, importa desear la gracia de la oración continua. Importa apelar al Nombre que está por encima de todo nombre.
¿Cómo aunar esta aparente paradoja, en donde sin importar la cantidad se la reconoce como necesaria? La cantidad y calidad de la oración de Jesús o mejor dicho su presencia ininterrumpida en el corazón, va de la mano de la cualidad de nuestros actos.
Esto quiere decir que la oración continua no es algo que se alcanza como fruto de la mera aplicación práctica de una técnica, sino que es correspondiente a la imitación de Cristo que se intente en la propia vida. Nuestro Señor oraba de continuo como muestran los Evangelios.
  1. 4. Encuentro dificultades para actuar como has aconsejado en la vida diaria. ¿Qué me puede ayudar?
En nuestra tercera carta dijimos que hay un particular modo de hacer que asemejábamos a una liturgia o actitud de adoración en cualquier labor que tuviéramos entre manos. Según nuestra experiencia, la clave está antes de la acción o por mejor decir: en no iniciar una acción sin la actitud correcta.
Antes de la faena debemos disponemos adecuadamente. En la mente la oración, aunque sea una vez, ofreciendo a Dios aquello que se va a efectuar. En el corazón, buscar el sitio de la paz; sabiendo que la Providencia del Señor estará actuando en todo lo que hagamos y para nuestro bien. En los movimientos, es decir, en la tarea propiamente dicha; concentración, serenidad, atención, precisión, pulcritud.
Si tenemos en nosotros la paz de Cristo, esta ha de reflejarse en nuestras acciones. Si no tenemos esa mansedumbre del ánimo, hemos de buscar la pacificación interior mediante el cuidado puesto en la ejecución de lo que hacemos. Esto puede llevarnos a cierta lentitud en los movimientos al principio. De todos modos, la eficacia del actuar aumenta en el mediano plazo debido a esta actitud nueva.
  1. 5. ¿Qué lugar debe ocupar en mi vida la oración de Jesús?
La oración de Jesús puede ser para algunos el centro de su vida espiritual y para otros un complemento de otras devociones o ejercicios del alma. Las vocaciones son diversas.
En realidad, el tema es que lugar va a ocupar Cristo en la propia vida. Aprender a actuar como Él debe ser el interés primordial. La oración de Jesús es uno de los caminos hacia el corazón de Cristo. En este sentido diría que es un camino corto, un atajo, pero empinado al principio porque va en subida.
  1. 6. ¿Está previsto que produzca sueño la oración de Jesús o aburrimiento?
Los primeros tiempos de la práctica, suele producirse un aumento de la conciencia del propio bullicio interior; al intentarse la concentración de la mente en la oración, hasta entonces librada a su habitual dispersión. Esto suele generar en algunos hermanos tristeza o insatisfacción y hasta sensación de vacío interior.
Sucede con la mente cuando divaga, que nos va ocasionando emociones y vivencias a raíz de las muchas imágenes que se van sucediendo en ella, de modo similar a cuando se observa una película o se lee alguna novela.
La oración de Jesús, si se repite con determinación; impide la activación de esta tendencia dispersiva, disminuyendo la producción de fantasías y desvaríos interiores. No es que la oración sea aburrida o produzca sueño, sino que pone de manifiesto el usual tedio que vivimos cuando nos guiamos movidos por lo exterior.
Este hastío suele quedar disimulado por las constantes expectativas y diálogos mentales acerca de todo y todas las cosas.
Estimadas hermanas y hermanos, los saludo invocando el nombre de Jesucristo.
Esteban de Emaús
Lectura recomendada: Filipenses 2, 9-11  – Efesios 2, 14-19
(*) Algunas preguntas han sido simplificadas para facilitar la lectura.
De → Uncategorized
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miércoles, 30 de octubre de 2013

Acerca del Monacato Cisterciense

Acerca del monacato cisterciense

de  en 16 diciembre, 2009
Monje Trapense
El carisma de los fundadores ha sido transmitido a cada uno de nosotros a fin de que vivamos según el mismo, lo custodiemos, lo profundicemos y lo desarrollemos constantemente en comunión con el Cuerpo de Cristo siempre en crecimiento.
Ahora bien, vengamos a nuestro presente. Tratemos de esbozar un proyecto a partir de nuestros deseos y sueños anclados la tradición benedictina y cisterciense y abiertos al Espíritu que todo lo hace nuevo.
El futuro de nuestra vida monástica depende de su enraizamiento en la persona de Jesucristo y en su santo Evangelio. Una cierta cuota de realismo y una pizca de sentido común me obligan a hablar hoy de re-evangelización monástica. Este proceso evangelizador implica tres realidades distinguibles pero íntimamente relacionadas: refundar, renovar y reformar el monaquismo.
- Refundación
La refundación se refiere al hecho de cimentar nuestra existencia en la experiencia mística fundante del fenómeno monástico: un encuentro transformativo con el Absoluto, fruto de una búsqueda asidua del rostro del Dios Viviente. La búsqueda y el encuentro se viven en el deseo apasionado, y purificado de su presencia.
El camino hacia el rostro de Dios se transita cotidianamente gracias a un cierto número de mediaciones o exercitia. Entre los de ayer, de hoy y de siempre, hay que enumerar los siguientes:
-La oración silenciosa y contínua.
-La plegaria litúrgica centrada en la Eucaristía.
-La lectio divina.
-La ascesis del ayuno, de las vigilias, del trabajo, de la pobreza voluntaria y de las diversas renuncias (castidad y obediencia).
-Todo en un clima de soledad y silencio.
Ahora bien, nuestra búsqueda benedictina y cisterciense de Dios la vivimos en un contexto de relaciones interpersonales y comunitarias. La koinonia o vida en comunión de amor es también algo esencial en nuestra tradición monástica. A Dios se lo busca y encuentra en comunidad. Y podemos agregar algo más: el hermano y la hermana, habitados por el Señor, son también “santuario” del encuentro con Dios.
Soy de la opinión, nacida de una convicción, que la vida monástica carece de sentido sin la unión mística o contemplativa con el Dios que llama, purifica, desposa y transforma mediante las tinieblas luminosas de su Amor. ¡Si el monaquismo del futuro no es una re-edición viva y actualizada del Cantar de los Cantares tendrá muy poco que decir a las generaciones del presente y del futuro! ¡Sin misterio no hay mística, y sin mística no hay monaquismo! Pero todo esto sin intimismos individualistas ni encapsulamientos aislantes de los demás. San Benito lo expresa en forma lapidaria: ¡Qué Él nos lleve todos juntos a la vida eterna! (RB, 72:12).
- Renovación
La renovación se refiere al hecho de enraizar los corazones en la nueva alianza con su mandamiento nuevo: amor a Dios y al prójimo como Jesús amó. Único y doble precepto que encuentra su unidad en el “nada preferir al amor de Cristo”, Dios hecho hombre para nuestra salvación. La radicalidad de esta opción se comprueba con el amor ardentísimo y sin medida de unos para con otros.
Nuestra vida monástica contemporánea, abierta a un futuro desconocido, está invitada a seguir a Jesús abrazando el bienaventurado radicalismo del Evangelio. No se trata de tener el monopolio del radicalismo sino de ser fieles a la propia identidad.
La palabra de Jesús nos interpela: Sed perfectos en misericordia, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt.5:48; Lc.6:36). El Maestro nos está diciendo que nuestra vida no consiste en tradiciones, usos, permisos, observancias… sino en la perfección del amor fraterno que nos identifica con el Padre que está en los cielos.
Las exigencias del amor nos llevan a las raíces mismas de la enseñanza de Jesús: el reinado de Dios como Padre de todos los seres humanos y la consecuente fraternidad y sororidad universales.
La monja y el monje radicales son aquellos que están arraigados y fundamentados en el amor (Ef.3:17), enraizados y cimentados en Cristo (Col.2:7). Si creemos, y espero que sí creamos, que Él nos amó y se entregó por nosotros, sólo nos queda una opción: morir para vivir en Él y servir a los demás.
- Reforma
La reforma se refiere a la forma histórica o institucionalizada que presenta nuestra vida monástica a fin de hacerla cultural o contraculturalmente significativa. La historia nos enseña que la experiencia fundante buscó pronto formas de institucionalización, y esto por dos motivos: para poder perdurar en el tiempo y para poder hacerse comunicable y significativa.
-Estas formas institucionales son siempre transitorias y condicionadas por tiempos y lugares. Su actualidad se discierne con un doble criterio: la capacidad de promover la experiencia fundante y la posibilidad de testimoniar significativamente ante la Iglesia y el mundo.
En este campo estamos hoy invitados a ser creativos a fin de ser fieles a la tradición y al Dador de los carismas eclesiales. Objeto de nuestro discernimiento y opciones podrían ser:
-La redimensión de nuestros edificios según la medida de la comunidad actual.
-La reubicación de nuestras economías en un mundo globalizado y marginador sin quedar englobado ni marginar a los pobres.
-El ajuste del trabajo a fin de ponerlo al servicio del objetivo espiritual de nuestra existencia.
-La inculturación (geográfica, temporal, generacional y de género) de nuestras liturgias para que expresen más entrañablemente nuestro culto a Dios en espíritu y verdad.
-La adecuación de las formas de autoridad a fin de que ésta sea un servicio afectivo y efectivo a la vida y a las personas concretas.
-Los ajustes necesarios a fin de procurar un equilibrio real y dinámico entre los diferentes elementos de nuestra conversatio.
-La significatividad de muchos de nuestros símbolos, costumbres y tradiciones domésticas.
-La búsqueda de nuevas formas de vivir algunos valores tradicionales, tales como, el ayuno, la pobreza, las austeridades, la soledad, el silencio, la corrección fraterna…
Los monjes y monjas tenemos sin ninguna duda una larga historia que contar y, Dios mediante, tenemos también una historia por crear. En el purgatorio hay un rincón gélido reservado para los monjes y monjas, de ayer y de siempre, que pecan por fidelidad servil a la tradición en lugar de arriesgarse y apostar por la creatividad a fin de comunicarla enriquecida. También hay allí un hueco inestable preparado para quienes reforman sin renovar y, peor aún, sin verificar los fundamentos.
Texto extraído de:

Espiritualidad Cisterciense

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